Cuando, después de pensarlo detenidamente, decidí dar a luz una historia de la que no podía desligar parte de la mía, lo primero que hice fue poner mi humildad y mi disculpa al alcance de todos los profesionales del mundo de las letras por usurpar un puesto que, ni de lejos, pensé que pudiera corresponderme. No era mi intención brillar con la pluma, porque siempre he sido una persona realista, y sabía que eso no está al alcance de todo el mundo; simplemente, tenía que narrar una historia verdadera que llevaba implícita la mía. Me sentiría satisfecho con llevar a buen puerto semejante responsabilidad sin adornos ni flequillos.
Condensar en una sola obra, sin desprestigiar ese nombre, la mayoría de las vicisitudes de la vida de un país y de las personas de una forma casi antológica, sin herir sensibilidades, era algo que me imponía un gran respeto. Contarlo a nivel de las distintas sociologías del pueblo llano, que era como yo pretendía hacerlo, añadía aún más dificultades, sobre todo a la hora de dosificar protagonismo crítico en alguno de los conceptos, tal como el dramatismo, cuando tuviese que tocar el tema de la guerra civil española, donde tendría que filtrar la pasión con el tamiz de la reflexión.
Seguro que expertos en la materia, lo habrían hecho con mucha más información documental y amplitud específica que yo pero no con más rigor que el de la viva voz de las personas que lo habían vivido, me habían informado y me habían facilitado los datos, aunque limitados, de los que yo disponía. Esto era algo complicado, pero era algo que no me podía saltar en mi historia, ni lo podía desvincular de mi vida, porque, en realidad, es parte de ella.
Relatar un drama dosificando el dramatismo, no me parecía difícil; porque también es parte de mi carácter y costumbre el dosificar las cosas y me guié por la costumbre que tengo para endulzar el café: con un azucarillo, lo encuentro en su punto; con dos, demasiado dulce, y con tres, resulta empalagoso.
En ese aspecto, conseguí despejar mis dudas y me sentí redimido. Pero yo quería aprovechar para hacer algo más atractiva la historia y me acordé de dos clases de películas en las que la gente no se suele dormir: ‘en las que hacen reír y en las que hacen llorar’; quería imprimir algo parecido y ejemplarizante, en particular, para la juventud, pero con ingredientes básicos y naturales, de los que la gente sencilla tiene siempre en la cocina, y para eso había que contarlo con naturalidad, evitando, en lo posible, depuraciones de lenguaje y tecnicismos excesivos, sin ofender a la esencia de nuestra cultura extremeña.
En ese orden de cosas, seleccioné mis ingredientes, primero, y compuse mi recetario, lo más extenso posible, cuando revisé todas mi anotaciones de antaño, con datos, fechas, etc. Me aseguré de que en mi despensa había de todo y decidí correr el riesgo; empezaría utilizando:
La miseria – La opulencia – La política – El suspense – La guerra – La diplomacia – La libertad – La plutocracia – La influencia – La humildad – La soberbia – El arte – El deporte – la tristeza – La alegría – El humor – El respeto – La injusticia – La angustia – La nostalgia – El amor – La familia – El trabajo – La aventura – La autocracia – El imperialismo – La historia – La biología – La naturaleza – La cultura –.
La sal y la pimienta las pondría el lector a su gusto.
Así me imaginé algo que, en un principio, dudé si merecería ser un libro; Dios me ha ayudado y yo lo he intentado, recordando y agradeciendo a todas aquellas personas que me ayudaron, de las cuales muchas de ellas ya nos han dejado, llevando con ellas toda mi gratitud. En especial, al abuelo Julián y a D. Diego (impulsor de ésta promesa). Y a todos los que sufrieron el error, tanto de un lado como de otro.