Recopilación de relatos cortos, frases y poesías de contenido humanístico basados en acontecimientos reales que hicieron parte de un pasado, cuya historia nos enseña que hay peldaños en la vida en los que es mejor descansar recordando a quienes nos ayudaban a subir, que a quienes nos obligaban a bajar.
Tras la publicación del libro la Ventana del Rey, he tenido el privilegio de recibir el borrador del que será el segundo de los libros que Olegario González Prado tiene la intención de publicar en breve. Lo cierto es que no me extraña en absoluto que Olegario haya querido darle continuidad a su producción literaria, pues tengo la certeza de que posee una indudable vocación por la narrativa y que, por fortuna, y para regocijo de aquellas personas a las que nos gusta lo que cuenta, y la forma en la que lo cuenta (mitad prosa, mitad lírica), creo que tiene aún mucho recorrido.
He de confesar que lo primero que me ha sorprendido de este libro es su exordio, en el que el autor hace un juicio ético-moral en el que teoriza brevemente sobre algunos aspectos de la conducta humana en relación con sus congéneres. Bajo estas premisas, Olegario trata de analizar las razones por las que algunas personas, en determinadas ocasiones, son tan sensibles a la hora de relacionarse con las demás y, en otras, por el contrario, actúan de una forma inversa, incluso en un contexto de sociedad avanzada como el actual. Y Olegario no habla de oídas, sino que para fundamentar su tesis recurre en su libro a lo empírico, experiencias que ha vivido en primera persona, o a la fábula, cuentos que brotan de su fantasía. A través de unos y otros ejemplos, se compendian las mejores y peores versiones del género humano: personas que muestran una profunda humanidad, así como el de otras que permanecen muy alejadas de esta condición.
Estas profundas reflexiones no son de extrañar en una persona que se caracteriza por su bonhomía, sensibilidad y carácter afable y que, para mayor mérito, vive, por decisión propia, en ese incomprendido medio rural del que solo se acuerda la actual sociedad, cada vez más urbanita, a la hora de usarlo como espacio recreativo durante sus fines de semana. Y esto último no es malo, no, pues supone un trasvase de flujos económicos que el medio rural necesita para su supervivencia. Lo negativo se sitúa en el sentido de que en la mayor parte de las ocasiones el urbanita desaprovecha la oportunidad de comprender y empatizar con las formas de vida de los espacios rurales, y se permite el lujo de enjuiciar formas y estilos de vida que le son muy ajenos. Y claro, como el poder económico y la toma de decisiones se sitúan en los ámbitos urbanos, en muchas ocasiones se legisla y se hacen juicios de valor sin escuchar con detenimiento, ni tener en cuenta, las peculiares condiciones de vida bajo las que viven las personas que habitan en el medio rural. Grave error.
De alguna forma, en los relatos que contiene este libro, que son dichosamente aderezados con paremias y versos de delicada factura, se aprecia con inusitada brillantez el mensaje sobre el que el autor quiere enfatizar, y que sintetizo en una de sus frases que entiendo es una auténtica sentencia: Me sonroja ver cuando alguien acaricia a un perro desconocido, y luego no es capaz de dar una limosna a un pobre.
Sin duda, a la luz de esta máxima, resulta fácil entender que en los relatos y cuentos que Olegario ha escrito, aparezcan como hilos conductores conceptos de tan excelsa trascendencia como la justicia, el amor y la compasión. Desgraciadamente, como el bien no puede entenderse, ni asimilarse, sin el mal, en el libro también aparecen reflejados sus opuestos: la injusticia, la indiferencia y el desprecio. Todos estos aspectos subyacen en un texto que responde a la tipología de narrativa breve. En total, 15 relatos cortos que nacen de experiencias vividas hace años en las que se describen hechos que retratan el costumbrismo de hace décadas (tiempos pasados de formas de vida que nunca volverán, tanto en lo bueno como en lo malo), y de vivencias singulares que solo pueden ser recordadas con nitidez por personas que se caracterizan por sus muchas ganas de vivir y de conocer mundo. Por supuesto, no podemos ignorar el apéndice poético que contiene el libro. Un ramillete de versos hilvanados en varias etapas de su vida, como la adolescencia, que es el periodo de la vida de una persona en el que afloran muchas sensibilidades, tal y como es factible comprobar.
Ahora, tras la lectura del libro, no entiendo muy bien si su título, ascuas de juventud, es el más apropiado. Lo digo porque estoy seguro de que aquel fuego que puso incandescente su parte inmaterial (el espíritu) durante su juventud, se sigue manteniendo al rojo vivo en la actualidad. Olegario, espero que no haya dos sin tres.
Juan Ignacio Rengifo Gallego
Profesor de la Universidad de Extremadura
En “LA VENTANA DEL REY,” escribí una frase que decía.- ¡”Me sonroja ver cuando alguien acaricia a un perro desconocido, y luego no es capaz de dar una limosna a un pobre”!
Cuando diseñé la idea de escribir esta humilde obra, vino a mi mente esa misma frase que me sorprendió a posteriori, viendo que aún no estaba terminada del todo. La esterilidad de nuestras apariencias no tendría mayores consecuencias si no se me hubiese ocurrido escribir después. ¡Y no quiero ni pensar en el día, en que dudando del pobre, le demos nuestra confianza, en forma de galleta al perro!
Un rincón de mi mente, conectó con el espacio ovular de mi conciencia que fue fecundada con una casi eclosionada idea, y ahí comenzó el proceso de gestación de esta sencilla, pero humana obra, (si en algo merece serlo).
Al parecer ya han descubierto de que somos lo que comemos. ¿Cuándo se nos podrá juzgar verdaderamente, por lo que hacemos?
Nuestra flamante sociedad ha nacido baja de defensas filantrópicas, y tal vez necesite una revacunación con una buena dosis erasmática (de Erasmos) de coherencia espiritual, si no queremos que nuestro débil patrimonio de ética moral, degenere en una peligrosa e irreversible pandemia de misantropía.
Los anticuerpos inmunizantes se adquieren por dos procedimientos: el vertical y el horizontal. El vertical es adquirido a través de nuestra descendencia (sin duda es el más seguro) y el horizontal es el desarrollado a través de procedimientos bioquímicos directamente. Este segundo es el más usual, pero solo da buen resultado si se aplica en programas profilácticos, y muy escasos en casos de emergencia. Esto se sabe, se aplica, funciona y salva miles de vidas.
Secuenciados los más de 3.500, millones de elementos químicos que constituyen el testo genético del hombre en sus cromosomas, lo primero que se pensó fue en el levantamiento de una cartografía exacta del patrimonio genético humano. Esto también se sabe, se aplica, funciona pero no resuelve el gran problema de la humanidad.
Sabemos todas las complejidades del ser humano y, sin embargo sigue siendo un misterio lo más sencillo de nuestra corta existencia: ”Vivir dejando vivir.” ¿Qué es lo que estamos haciendo mal…?- ¿En qué nos estamos equivocando?
Tal vez estemos abusando del laboratorio de la ciencia en pro de la vida, en detrimento de una mínima revisión de salud de conciencia.
Difícilmente conseguiremos rentabilizar nuestra investigación científica, si por un lado estamos obsesionados en salvar vidas, y por otro no prestamos la suficiente atención a la patología, de los que se obstinan en destruirlas.
La configuración de las principales virtudes en nuestra genética moral se están anquilosando y en muchos casos están mutando, para lo cual no existe ningún antígeno aplicable, pero sí la posibilidad de reactivar nuestra tasa antigénica de sensibilidad moral heredada, si la sabemos aplicar con habilidad, en pequeñas dosis de sensibilización social, sobre todo, en nuestra etapa infantil fundamentalmente, con ejemplos fáciles de entender, en nuestra primera toma de conciencia. Algo que en inmunología se denomina como el efecto “booster,” y en sociología deberíamos conocer todos, como el efecto “basta.”
-“Basta” de pensar de que el mundo es mas mío que tuyo.
-“Basta” de intentar hacer creer en lo que yo no creo.
-“Basta” de arrancar tu semilla para plantar la mía.
-“Basta” de acaparar todas las razones, si tengo que robar espacio a las demás para colocar las mías.
-Pero sobre todo, “basta” de intentar conseguir detener el tiempo, porque el tiempo no se detiene para nadie por muy “alguien” que seas, y en la brecha de la posible utopía de la cuestión, está la posible conclusión, pero no la solución.
Nadie nace con un doctorado, como tampoco nacemos buenos o malos, nos determina el laboratorio de la vida, que desgraciadamente no puede formular un antídoto sin utilizar el propio veneno, entre otras cosas, porque permanece opaco en el reservorio de nuestra propia hipocresía.
Este ejemplo tal vez sea, el que desde muy joven hizo mella en mí, ya que por circunstancias de la vida mis defensas se desarrollaron, a consecuencia de varios contactos con diferentes contaminantes afines y, tal vez por eso, también esté tan convencido de que nuestra inmunidad neonatal, en algunos casos no sea suficiente para protegernos el resto de nuestras vidas. Para ello hemos de tener la oportunidad de sensibilizar nuestra adolescencia con dosis incipientes vivas o atenuadas de moral social que sean capaces por sí solas de desarrollar nuestro verdadero instinto de ser humano.
Pero el gran problema es que ese programa no hace parte de nuestras circunstancias que a cada uno de nosotros nos ha tocado vivir por separado, pero que en cambio sí puede ser aplicable si sabemos poner de lado “los intereses creados” que nos condicionan y nos obligan a alejarnos cada vez más de nuestra condición humana, obsesionada en conseguir cosechar el máximo, pero intentando sembrar el mínimo.
Un buen principio es enseñarnos a querer a los animales de nuestro entorno, por supuesto que sí, pero sin olvidar a las personas que nos necesitan aunque estén muy lejos. ¡Eso debería ser siempre lo primero!
También puedes adquirirlo en tu librería favorita o en otras webs de ventas de libros.
¡Disfrútalo!