Homenaje a la inteligencia natural en su pura esencia capaz de manifestarse por sí sola, tanto en las personas como en los animales. El propio instinto, la argucia y la intuición no es cuestión de docencia, pero sí de herencia, marcada por las claves de la propia naturaleza en pro de la supervivencia, el reto y la superación.
Los sueños hay que cumplirlos y en ellos hay que empeñar nuestros mayores esfuerzos. Esta novela es un sueño que no se ha resistido a ser cumplido.
Conocí a Olegario González Prado en el salón de actos donde yo participaba en un recital de poesía, que tenía lugar en su Santa Marta de Magasca natal. Nunca antes había visitado ese ya querido pueblo extremeño al que he vuelto y seguiré volviendo, y hasta entonces tampoco había conocido la obra de Olegario. Finalizado el evento los participantes tuvimos ocasión de charlar juntos y de disfrutar de él como uno de los mejores anfitriones que he conocido.
En los días subsiguientes a ese evento leí sus dos libros La ventana del Rey y Ascuas de juventud, ambos autobiográficos y que me conmovieron e interesaron. La primera obra es un magnífico homenaje al abuelo desaparecido en la guerra civil a través de su búsqueda incesante por media Europa y la vida diaria que va pasando en medio de esa búsqueda, y el segundo libro es un conjunto de relatos de recuerdos vividos y poesías producidas desde lo más profundo del corazón.
Las dos obras me fascinaron por una larga relación de razones y cualidades de las que solo voy a enumerar algunas; su sencillez, su tremenda honestidad que le viene de fábrica, los sabrosos diálogos, la ingente experiencia acumulada, las incontables anécdotas, la elementalidad de la expresión, la perspicaz descripción del comportamiento humano, la indiscutible sensibilidad, la fidelidad a los ancestros y a la palabra dada y la hondura de su pensamiento.
La segunda vez que visité Santa Marta de Magasca fue con ocasión de una Fiesta del libro y de nuevo tuve la fortuna de que fuera mi anfitrión. Le dije entonces que necesariamente tenía que escribir la continuación de La ventana del Rey, porque el libro terminaba cuando apenas contaba veinte años y el mundo necesitaba conocer y disfrutar con el resto de su apasionante biografía. Y que yo estaría encantada de hacerle el prólogo. Me dijo que podía ser que escribiera esa continuación en un futuro, pero que por el momento estaba probando con el género no autobiográfico y tenía mucho interés en publicar la primera novela en la que estaba trabajando. Ya que no tenía la oportunidad más inmediata de la segunda parte de sus memorias, le dije que me encantaría prologarle la novela.
Tiempo después, ese hombre sólido y fiable cuya palabra es contrato, a través del editor, me enviaba su nuevo libro para hacer el prólogo que meses atrás yo le había ofrecido. Viejo zorro es la primera incursión de nuestro autor en la narrativa de ficción y concretamente en la novela de intriga policíaca. No es una obra autobiográfica como las otras a las que nos había acostumbrado, pero creo que también hay algo de autobiográfico en ella.
Incluso a riesgo de caminar por arenas movedizas y equivocarme, desde mi punto de vista, Daniel, el protagonista de la obra que tenemos entre manos, el viejo zorro, comparte con Olegario muchos elementos de su personalidad y sus circunstancias, como la edad, la perspicacia, el ordenador de canas blancas, la intuición, el tesón, el amor a su nieta, el conocimiento del saber popular de los refranes, la pericia en el manejo de las armas o la afición por las actividades detectivescas. Todavía más arriesgado será afirmar que nuestro autor comparte también algunos rasgos con su otra protagonista, Sika, pero dado que lo pienso, lo escribo.
La novela tiene una estructura clásica con planteamiento, nudo y desenlace. Sin por supuesto tener la menor intención de desvelar su final, diremos que la novela se inicia cuando Daniel lleva al veterinario a su querida perra, Sika, malherida tras un atropello con fuga. Cuando vuelve al coche después de comprobar que el veterinario aún está abierto, descubre que la perra ha desaparecido.
A partir de ahí la trama se irá complicando, aparecerán policías, viejos compañeros, personajes buenos, menos buenos y malos y una perra lista donde las haya, que tiene memoria, recuerda las enseñanzas de su amo y sabe mucho. Al final la madeja será desenmarañada por un detective aficionado y sagaz llamado Daniel y su superdotada perra Sika.
Si Olegario sigue escribiendo novelas, con el tesón que le caracteriza, mejorará y profundizará en el manejo, las habilidades y destrezas de la escritura. Por el momento Olegario tiene la sencillez gramatical de la persona que ha aprendido en la vida y no en los libros, pero la densidad de su experiencia compensa todas sus carencias formales.
Olegario ha cumplido su sueño y su palabra de escribir una novela. La tenemos en nuestras manos. Viejo zorro será quizá la puesta de largo de un detective aficionado e intuitivo que inaugura con este el primer capítulo de una temporada policiaca que puede conformar una de esas series que tan de moda están en nuestra televisión y en la televisión que nos llega de otros países de nuestro entorno cultural. Disfrutemos con ella mientras llega la siguiente obra de Olegario.
Gloria Nistal
Escritora y fotógrafa
Nunca el origen humilde de una persona ha conseguido mermar el reflejo natural de su personalidad, su capacidad, sus aptitudes, sus cualidades y su inteligencia, que solo dependerán de las circunstancias que pueden, o no, permitirle aflorar.
El don natural en el ser humano es una de las pocas cosas que no se puede plagiar, transmitir o enseñar, pero sí se puede heredar.
Este era el caso de Daniel Rentero, nacido en un ambiente rural, en una familia de cabreros en la montaña cerca de la costa, rodeado de cabras, perros y zorros desde su más tierna infancia, donde la enciclopedia infinita de la naturaleza le fue enseñando a separar la gloria del infierno, algo necesario para poder compatibilizar los razonamientos, sin infringir desacuerdos injustificables entre los inconvenientes y la supervivencia, incomprensible virtud que culmina desarrollando la astucia y la destreza; una de las pocas cosas que algunas personas han heredado de sus ancestros, y que hoy conocemos como don natural o «instinto».
Por razones ajenas a esta supuesta historia, Daniel dejó el campo y se marchó a la ciudad, pero conservó su instinto atávico y el don natural que había heredado, el don natural de conectar con la sicología de los animales entre los que se había criado, que debe ser algo así como conectar con el espíritu de nuestros orígenes más remotos, que nos permite conservar transmitir parte de nuestro patrimonio positivo en nuestros genes recesivos.
Era incuestionable que este hecho hacía parte de su impronta, derivado del entorno y el ambiente en el que se había criado y vivido en continuo contacto con la naturaleza, las noches, los días y los animales desde niño, y este curioso y mágico don fue el que le proporcionó a Daniel el respeto, el afecto y la confianza en la academia de policía, donde se graduó como policía municipal, para empezar antes de poner en valor su verdadera capacidad, de la que conseguiría el reconocimiento indiscutible de su especialidad por sus habilidades y su intuición, sobre todo ante hechos relevantes que por su simple condición de policía urbano no hacían parte de su disciplina, en las obligaciones de su cometido.
Pero Daniel rompía todas las reglas de la ciencia común tradicional aplicable en la policía cuando actuaba ajeno a las normas, pero de forma sencilla y discreta, guiado solo por un séptimo sentido difícil de explicar, como difícil es entender las sorprendentes complejidades de la propia naturaleza, que puede obsequiarnos con sus virtudes, pero también castigarnos haciéndonos comprender que su generosidad no es inagotable ni restituible, y que el hecho de ignorar su principio, no nos legitima con razón o argumentos para ignorar su final.
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